In Memoriam Anabel Flores en letras de Octavio Paz
Has muerto, camarada,
en el ardiente amanecer del mundo.
Y brotan de tu muerte,
tu mirada, tu traje azul,
tu rostro sorprendido entre la pólvora,
tus manos sin violines ni fusiles,
desnudamente quietas.
Has muerto. Irremediablemente has muerto.
Parada está tu voz, tu sangre en tierra.
Has muerto, no lo olvido.
¿Qué tierra crecerá que no te alce?
¿Qué sangre correrá que no te nombre?
¿Qué voz madurará de nuestros labios
que no diga tu muerte, tu silencio,
el callado dolor de no tenerte?
Y alzándote,
llorándote,
nombrándote,
dando voz a tu cuerpo desgarrado,
sangre a tus venas rotas,
labios y libertad a tu silencio,
crecen dentro de mí,
me lloran y me nombran,
furiosamente me alzan,
otros cuerpos y venas,
otros ojos de tierra sorprendida,
otros ojos de árbol que pregunta,
otros negros, anónimos silencios.
Has muerto, camarada,
en el ardiente amanecer del mundo.
Has muerto cuando apenas
tu mundo, nuestro mundo, amanecía.
Llevabas en los ojos, en el pecho,
tras el gesto implacable de la boca,
un claro sonreír, un alba pura.
Te imagino cercado por las balas,
por la rabia y el odio pantanoso,
como tenso relámpago caído,
como blanda presunción del agua,
prisionera de rocas y negrura.
Te imagino tirado en lodazales,
caído para siempre,
sin máscara, sonriente,
tocando, ya sin tacto,
las manos de otros muertos,
las manos camaradas que soñabas.
Has muerto entre los tuyos, por los tuyos.
A la orilla del mundo