Por Surya Palacios / Alto Nivel
Malos gobiernos locales, la debilidad de la oposición, el discurso presidencial y el abstencionismo beneficiaron al partido de AMLO.
En 2019, Morena sumó otras dos gubernaturas: La de Baja California, que repitió en 2021, ya que Jaime Bonilla solo llegó al poder en ese estado para cubrir una gestión de dos años; y Puebla, debido al fallecimiento en un accidente aéreo de la gobernadora panista Martha Erika Alonso.
En 2021, además de volver a ganar en Baja California, el partido que dirige Mario Delgado se alzó con el triunfo en Campeche, Colima, Guerrero, Baja California Sur, Michoacán, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Zacatecas, y Tlaxcala. Asimismo, San Luis Potosí quedó en manos del Partido Verde, también afín a Morena.
Con esas 18 entidades enumeradas, hasta el año pasado 61.2 millones de mexicanos ya eran gobernados por Morena y sus aliados en esas demarcaciones, alcanzando el 48.6% de la población, según datos del Censo 2020 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Estas cifras aumentan de manera significativa tras los comicios celebrados el domingo, en los que Morena ganó en Hidalgo, Oaxaca, Tamaulipas y Quintana Roo, por lo que el partido gobernante a nivel federal encabezará en total las administraciones de 20 estados, más otros dos con gobiernos que le simpatizan.
Sin contar a Morelos y San Luis Potosí, ahora el colectivo que creó López Obrador estará a cargo de gobernar a 69 millones de mexicanos en dos decenas de entidades, pero si sumamos a estos dos últimos estados, globalmente estamos hablando de una población de 73.8 millones de personas, que representan al 58.6% de los habitantes de nuestro país.
Opción frente al desgaste opositor
Este éxito arrollador no solo debe explicarse a partir de la influencia e intervención electoral que ejerce el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien es el hombre fuerte de Morena que decide todas las estrategias de su partido, a pesar de que oficialmente él dice no participar en esa formación.
En realidad, la fortuna en las urnas de este partido también está en que ha logrado convertirse en una opción de cambio para los electores. Los resultados obtenidos por Morena entre 2018 y 2022 nos hablan de millones de mexicanos cansados de gobiernos ineficientes, plagados de corrupción, y poco cercanos a la gente.
Y no es que los políticos morenistas sean menos corruptos, más transparentes, o que gobiernen con mayor eficiencia y resultados para la población, pues a nivel federal sobran los ejemplos de irregularidades, concentración del poder, opacidad e influyentismo, a los que se agregan el bajo crecimiento económico, el aumento de la pobreza, y los altos índices de violencia e inseguridad.
No obstante, para la población en general, estos son detalles que no permean en sus preferencias en el momento que contrastan los malos resultados de sus gobiernos estatales, junto con la débil y desarticulada propuesta de la oposición.
El triunfo de Morena, en cuatro de seis entidades el pasado domingo, refrenda que los electores ven al partido del presidente como una mejor alternativa a la marca política que ahora les gobierna a nivel local.
Quienes acuden a las urnas y votan por el Movimiento de Regeneración Nacional no se interesan por las numerosas controversias constitucionales y amparos que enfrenta el gobierno federal en los tribunales y en la Suprema Corte; tampoco les afectan los actos autoritarios emitidos desde la presidencia que trasgreden las leyes y la Constitución.
Lo que sí valoran es que sus colonias ahora son más inseguras, que los servicios públicos se han deteriorado, o que el presupuesto de la entidad se gasta en costosas burocracias en vez de aplicarse en el bacheo de calles y carreteras, en hospitales públicos locales o en un mejor transporte.
Son estas preocupaciones cotidianas, no satisfechas por los gobiernos de los partidos Acción Nacional (PAN) y Revolucionario Institucional (PRI), los que inciden directamente en el cambio a Morena. Y por estas mismas razones las propuestas de la oposición no tienen el impacto que esta esperaría.
Al respecto, la Alianza por México, que reúne al PAN, PRI, y al Partido de la Revolución Democrática (PRD), tiene ante sí un reto de enormes dimensiones si pretende ser más eficiente en las elecciones de 2023 y en los comicios presidenciales de 2024.
De entrada, debe reconocer que es una débil oposición que ni siquiera logra convocar a más ciudadanos el día de la jornada electoral, pues el abstencionismo, cercano al 60% en algunas de las entidades que celebraron elecciones el pasado domingo, también favorece a Morena.
Las marcas que integran la Alianza no solo están desgastadas, sino que cualquier evaluación de sus administraciones, sobre todo las priistas, arrojan muy malos resultados.
Adicionalmente, el discurso opositor no está bien articulado, sus estrategias no son consecuentes, ni novedosas, y no responden a las acciones que desarrolla Morena, casi como partido de Estado, tal y como lo hacía el PRI de los años sesenta y setenta.
Si a esto se suma el constante e incisivo discurso presidencial, que no asume ninguna responsabilidad de sus errores, pero sí transfiere las culpas de esos yerros al pasado, no hay duda que Morena se ha convertido, en el imaginario de millones de mexicanos, en la opción que esperan para mejorar.