Surya Palacios /Alto Nivel
Las mujeres mexicanas perciben entre el 52 y el 65% de lo que ganan los hombres que tienen los mismos estudios y realizan el mismo trabajo.
La participación de las mujeres mexicanas en la fuerza laboral, y los ingresos que este sector poblacional recibe por hacer las mismas actividades productivas que los hombres, siguen mostrando importantes brechas de género que difícilmente podrán revertirse en el corto plazo.
De acuerdo con el más reciente Informe global sobre la brecha de género del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), en México por cada 100 hombres integrados plenamente a la población económicamente activa, solo hay 57 mujeres en esa misma condición.
En cuanto al ingreso, las mexicanas perciben entre el 52 y el 65% de lo que gana un hombre, cuando ambos cuentan con los mismos estudios y realizan el mismo trabajo productivo. Asimismo, sólo el 38.5% de los altos funcionarios en nuestro país son mujeres.
Estas brechas de género “son un problema cada vez más grave para las economías y las industrias” de todo el mundo, pero sobre todo para los países de renta media como México, considera el reporte.
El problema es que estas inequidades, lejos de reducirse, se han incrementado o se mantienen en los mismos niveles observados antes de la pandemia de Covid-19.
Brechas más profundas
Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), si la participación femenina en la fuerza de trabajo hoy fuera igual que la de los hombres, la producción económica aumentaría 35% en promedio, lo que impulsaría significativamente el crecimiento de las naciones.
Sin embargo, es casi imposible que esta hipótesis se materialice en países como el nuestro, pues la brecha de ingresos no ha cambiado en los últimos cinco años.
La Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en los Hogares del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) detalla que, por cada 100 pesos que gana un hombre, una mujer recibe 65 pesos.
Las diferencias que existen en los ingresos de hombres y mujeres son más profundas en el campo mexicano, lo que explica por qué la pobreza en México tiene rostro de mujer, y sobre todo de mujer indígena habitante de una zona rural.
En nuestro país, el 55.3% de la población rural vive en la pobreza, una cifra 1.5 veces inferior a la que se observa entre la población femenina del campo, ya que el 84.3% de las mujeres indígenas rurales son pobres, de acuerdo con el INEGI.
Inequidad política y financiera
El Informe global sobre la brecha de género del Foro Económico Mundial asegura que son más prósperas las naciones en cuyos gobiernos hay más mujeres. “Las mujeres en posiciones de liderazgo político eliminan las barreras legales a la participación de la fuerza laboral de la mujer”, apunta el estudio.
Cuantas más mujeres son elegidas para cargos políticos, las sociedades obtienen ventajas, “ya que los países con mayor representación de mujeres en los niveles más altos” tienen menos desigualdad jurídica entre hombres y mujeres.
No es casual que los Estados más inequitativos, y con mayores brechas de género, también tengan serios problemas de pobreza.
En nuestro país, además de enfrentar condiciones desiguales de trabajo, las mujeres también tienen menos oportunidades para educarse, en tanto que la brecha de género igualmente está presente en el acceso a los servicios financieros.
La diferencia que existe entre las tasas masculina y femenina en el uso de productos financieros es de 12 puntos porcentuales. Mientras el 74.3% de los hombres cuenta con algún producto bancario formal, esa proporción disminuye al 61.9% en el caso de las mujeres, según datos de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera del INEGI.
Lo mismo ocurre con el uso de cajeros automáticos, pues solo el 46.5% de las mujeres utiliza estos servicios, en contraste con el 58.3% de los hombres.
La falta de acceso a los productos y servicios financieros, es decir, no poder tener una cuenta de ahorro, o una tarjeta de débito o crédito, es uno de los principales obstáculos para el desarrollo económico de las mujeres mexicanas.
Por eso el acceso a las instituciones bancarias es un elemento que potencia la autonomía económica de las mujeres, aunque para llegar a esto primero debe haber inclusión laboral y equidad de salarios para ambos sexos.