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El benjamín de la dinastía de “Pifas”
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Un normatipo, socialmente útil
Para referirme a mi gran amigo, Fernando Javier González Ibarra, tengo que evaluarlo en su condición humana, porque ha sido un hombre que pudo estar en esa etapa de la humanidad que nos dio la ilustración, con el ideal que la alentó, el uso de la razón y de la ciencia.
Fue el benjamín de esa dinastía que creó con Doña Inés el gran “Pifas” Don Epifanio González, uno de los 20 hombres que hicieron de Nayarit en el gobierno de Gilberto Flores Muñoz, el granero de la república, que generó prosperidad para la entidad.
Fernando siempre atendía a sus proyectivas de vida, comprometido con su tiempo, con su apellido, con la razón, el humanismo y la exigencia de ser honestos en toda la extensión de la palabra.
Sibarita excelso, -exquisito diría- con la chispa de la gracejada a flor de labios, atraía con ese vuelo de la inteligencia que tanto sedujo a sus mujeres, su carisma era la atracción de esa curiosidad en la búsqueda permanente del significado y los propósitos de nuestra existencia.
Como pocos hombres lúcidos –socialmente comprometidos con su comunidad- era contundente en sus diagnósticos del quehacer político gubernamental.
Como educador, era implacable ante la pereza de los estudiantes, hizo de la Preparatoria #9 de Villa Hidalgo un ejemplo de método, que se acredita con la valía y éxito de sus alumnos.
Como médico de su pueblo, en la pandemia del Covid, salvó a más de cuatrocientas personas, solo una de sus pacientes falleció, “es que me la llevaron casi en el cajón” –me dijo. Tomó el curso de la Organización Mundial de la Salud en línea, estuvo más de 24 horas pegado a su computadora.
Un hombre de su carácter, de sus capacidades, de su talento, debió ser rector de la Universidad Autónoma de Nayarit; debió ser presidente municipal de Santiago Ixcuintla; empero, los intereses controvertidos en estos escenarios, con su mediocracia se lo impidieron.
Fernando, sacó el máximo partido de sus capacidades; y sin duda, los mejores restaurantes de Guadalajara, de Puerto Vallarta y de nuestra ciudad lo van a extrañar, difícilmente habrá otro comensal que sepa disfrutar del buen vino, de las exclusivas viandas que en ocasiones compartimos.
A nivel personal me duele tu partida; amigos desde que en los setentas jugamos tenis en las canchas del Club Río Ingenio, con una botella de wisqui y botana de camarones; para rematar la noche con Abel Altamirano en el Chanteclear; y de ahí en el inaudito a media noche te ibas a Villa Hidalgo.
Eras mi médico de cabecera, atendiste a mi mujer, a mi nieta; se te podía llamar a cualquier hora y siempre estuviste generoso atendiéndonos. Cuando te informaba de mis exámenes semestrales, me decías “eres el borrachito más sano que conozco, te pongo de ejemplo de sibarita..”
Y al dejar este plano físico, recuerdo aquella frase que nos dice que “hay hombres que se entierran…, y hay hombres que se siembran..” y tú, has dejado una hermosa simiente con tus hijas, con tus hijos, talentosos y que honran el apellido que les heredas, sabedores que pertenecen a una reconocida familia de hombres y mujeres que le han dado prez a nuestra comunidad.
Dejas un ejemplo de vida, con tu permanente exigencia e inconformidad prodigabas empatía a tus semejantes, promoviendo la salud, el conocimiento, y la libertad; aplicaste tu ingenio para mejorar la condición humana.
Claudio murió en tus brazos, has partido en el altar de corazones que construyen tus hermanos, ahí están -“en la fila” como dice Charis- en esa atmósfera filial ejemplar con la serena actitud de Alberto y las ocurrencias de Claudio.
En tus días postreros, en el hospital, quedamos de platicar sobre dos tópicos, que el alma humana es inmortal, que su desenvolvimiento y esplendor no tiene límites; y que la muerte no existe. Estoy cierto que ahora en tu plano astral, fuiste recibido por la grandeza espiritual de seres excepcionales -que como tú- le han dado justificación a la naturaleza humana.
Que el viaje te haya sido leve, te vamos a extrañar querido amigo…
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