Es un fenómeno colectivo, aparece de vez en cuando en la sociedad en el tiempo en que no existen normatipos a seguir, cuando, se pueriliza en grado tal los asuntos públicos, del modo que la incultura y la falta de oficio toma carta de residencia en la agenda de nuestra comunidad; así las voces son de condena extrema en todos y cada uno de los tópicos que entretejen las relaciones entre los poderes y los ciudadanos. Es un espasmo social, la inconveniencia de las relaciones inter subjetivas, soberanamente incontinentes.
Estimo que lo fundamental está en comprender los problemas y su naturaleza que tenemos en nuestra sociedad, cuál es su real esencia, sus causas y motivos; y luego, ver la realidad de los intereses en pugna, como en todo grupo social, en Nayarit existe una lucha abierta y soterrada en el aprovechamiento del producto social, cada cual en su trinchera, cada grupo en sus afanes, y si hacemos un detalle de la correlación de fuerzas existente, veremos las limitaciones de cada cual, las que nos impone las realidades objetivas en las que vivimos.
Nuestro territorio, en parte determina el carácter de su gente y la diversidad de nuestras actividades productivas; somos costas, planicies y montañas; marismas, esteros, ciudades medias, agricultura diversificada, precaria minería, agreste serranía y enorme capacidad hidroeléctrica, cuya riqueza es de la paraestatal CFE, que poco o nada impacta a nuestra economía local. Comercio precario, negocios de viudas y el impulso gubernamental para el desarrollo que se difumina por falta de voluntades y la ineficiencia de sus operadores.
Las voces que hoy tenemos, que se expresan al instante, de manera compulsiva, en plenitud contestataria, a mi parecer son un sentimiento trágico de la vida social que se construye con el cotidiano quehacer gubernamental, y el permanente lente de las voces discordantes que buscan el detalle nimio para la diatriba y la descalificación extrema, nada bueno puede venir del gobierno del Estado, es un pesimismo social que contamina las intenciones trascendentes de las políticas públicas.
Si carecemos de personajes sociales que sean quienes dicten los caminos a seguir para superar atrasos, si los impulsos de las nuevas generaciones se quedan en la ludopatía, en la chabacanería para descalificar el todo social y el todo de los gobiernos, entonces, nos estamos convirtiendo en una sociedad de cínicos, falaces improductivos que no aceptamos que otros sí tengan ilusiones y esperanzas para transformar su entorno, les negamos el derecho a luchar y a ser optimistas para liberarse de las cadenas de la desilusión que pareciera tienen todas las voces discordantes.
Se ha dicho que necesitamos buenos motivos para el optimismo, de lo contrario, nos quedaremos atrapados en el pantano del pesimismo; y sí, permítame caro lector una nota que puede generar un poco de optimismo, si tuviéramos un solo caso, uno solo caraxxo! de imputaciones judiciales en contra de la corrupción y la impunidad que todo mundo conoce a sus autores, entonces será posible cambiar este estado social, si se conjugan dos cosas: la voluntad del gobierno para perseguir en juicio a los corruptos y venales, y dos, la voluntad más activa de la ciudadanía, basta ya de lamentos e indignación estéril.
DEJAR LA OPACIDAD
El problema de la corrupción es consustancial en el ejercicio del poder, el asunto es, que al no actuar en consecuencia a las normas y figuras legales, la sociedad y sus voces han aceptado que es parte estructural de nuestro sistema, sin percatarse –ambos, sociedad y gobierno- que esta condición corroe, destruye la base social de nuestra incipiente vida democrática.
Comportamientos delictivos los habrá no solo en las actividades públicas de los poderes, el asunto es, que nos hemos acostumbrado que los órganos de fiscalización solo enumeren a las faltas y a sus infractores, y nos quedemos ahí en el dintel de una sociedad madura que debe castigar al funcionario venal, desleal con la sociedad, y que no lo hace, que no se les imputa la acción punitiva, porque le han apostado a la desmemoria del pueblo y al esterilidad e improductividad de las voces de condena.
Ahí está el leit motiv del cómo se hacen virales los comentarios mordaces, la diatriba estólida, la burla grotesca, cruel, amoral, frente al mantenimiento de la promiscua relación de politicastros y dineros públicos; virtudes públicas, con sus vicios privados; este el juego de la denuncia en redes sociales, el escape de la legalidad inaplicada, la incredulidad social que condena a sus instituciones.
Empero, la responsabilidad social de los gobiernos, es alentar la esperanza de una vida mejor, el fin último del gobernante es promover el bien común, y un político no debe tener vocación para el fatalismo, de ahí la exigencia de que sean los mejores hombres y mujeres quienes lleguen a los puestos de elección para impulsar las mejoras que la sociedad demanda.
Si mantenemos vigente el sentimiento de que todo lo malo va a sucedernos porque es inevitable, este accionar de las personas que solo ven acontecimientos adversos, debe reorientarse hacia planos de comunicación política eficiente, para modificar patrones de fatalismo político, porque el gobierno no puede abandonarse a la dinámica de la crítica colectiva sin fundamento, es tiempo que el grupo compacto del gobernante asuma actitudes explicativas de los recientes procesos y su punto de vista integrador sobre la configuración de los poderes municipales y del congreso local.
La pluralidad de nuestra sociedad es imperativa; dejemos pues de ver sus problemas como un “deber ser”, ha proliferado la interpretación ingenua de nuestra sociedad y sus problemas, acostumbrémonos –lo dice Bobbio- por ejemplo a que los abogados deben ocuparse del “derecho como es” y no del “derecho como debe ser”, así veamos al gobierno y sus políticas públicas tal cual se nos presentan, el papel crítico de la sociedad es inherente de cara a sus políticos, hay que verlas con la suficiente inteligencia social para aceptarlas o decir el por qué tienen que ser modificadas.
Ninguna sociedad puede vivir sin un ideal que aliente sus luchas; el disenso es propio de este tiempo, hay que darle cabida y racionalidad, los silencios son incómodos e inconsecuentes, tenemos la oportunidad de fortalecer el contrato social, deteriorado pero vigente. Digo pues…
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