El gran movimiento armado, denominado revolución mexicana de 1910, fue tal cual define Federico Engels “un movimiento armado que trastoca la vida institucional, derroca un Estado y las masas toman el gobierno de sus propios destinos..” palabras más, palabras menos, y que hoy, los intelectuales de la izquierda naif como John Ackerman desnaturalizan su vigencia; este gringo mexicano y otros de su ralea, han reducido al nivel más simplista y superficial, el desarrollo del Estado mexicano.
Durante casi un siglo, el concepto revolución mexicana, fue fetiche de una clase política que la interpretó a su antojo para el mantenimiento en el poder; ha sido el ícono con el cual se identifica la estabilidad y la evolución de la nación mexicana; se le ha calificado como inacabada, permanente, inconclusa y otros adjetivos, sin embargo, este gran país, lo que fuimos en el siglo pasado, lo que somos ahora, sin duda es producto de este movimiento armado, en el cual, las enormes masas campesinas le dieron cuerpo a la lucha revolucionaria.
La ideología reivindicadora que alentó la gesta armada, quedó plasmada en la Constitución de 1917; la primera en occidente de establecer en el rango de derechos sociales, las garantías individuales, un corpus iuris que ha evolucionado hasta llegar a ser considerado hoy, un bloque constitucional de derechos fundamentales de los individuos.
El desarrollo de México, con el modelo nacionalismo revolucionario tuvo innegables logros en la población y en las clases sociales que componen el país; los revolucionarios que se hicieron gobiernos civiles, llevaron a la práctica los más grandes anhelos del pueblo que se fue a la “bola” en pos de una sociedad mejor; surge una nueva clase social, culturizada, que impulsó la evolución del Estado y la nación mexicana.
México se moderniza con instituciones jurídicas, con un cuasi monopolio partidario hasta la pérdida de la hegemonía política en el congreso federal y con el resultado electoral de 1988, en la más cuestionada victoria electoral del Pri, con su presidente Carlos Salinas; de muchas formas, los impulsos de la sociedad, de los partidos, de las organizaciones no gubernamentales, durante diez, quince años, posibilitaron la alternancia en la presidencia de la república y la democratización del quehacer electoral.
Gracias al esquema jurídico político, los mexicanos pudimos avanzar en la democracia electoral, pese a que la transición política se ha quedado empantanada por la singular y oprobiosa partidocracia que hoy padecemos.
¿VIGENTE LA REVOLUCIÓN..?
Los gobiernos emanados del Pri, asumían como propio el legado de la revolución mexicana, mantenían vigentes sus íconos y en la desgastada ideología del nacionalismo revolucionario actuaban con sentido incluyente y justicialista; hoy, en pleno siglo XXI, cabe preguntarse si los gobernantes del tricolor, asumen como antaño el cuerpo ideológico y programático de lo que fue la revolución mexicana.
La respuesta es desde luego contundente, desde luego que no; hoy los gobiernos estatales y el presidencial, no se conducen de acuerdo a aquellos viejos principios revolucionarios; ante una sociedad cada día más crítica que no duda en absoluto en llevar al extremo el ejercicio de sus derechos fundamentales, de facto, desde el gobierno de Salinas, se desmanteló el Estado protector y revolucionario cercenando sus facultades constitucionales, terminando con los viejos tabúes del modelo revolucionario.
El gobierno de la república desde entonces, ya no puede expropiar para dotar de tierras para constituir nuevos ejidos; la reforma salinista estableció el principio del fin del ejido al crear los mecanismos legales para la titulación de los derechos ejidales y constituir su posesión como propiedad privada; y así, luego con Ernesto Zedillo, el primero de los presidentes de la república del Pan, el Estado mexicano impone un modelo neoliberal que privilegia a los dueños del capital y desvincula del Estado las empresas estratégicas.
En el actual contexto, ya hasta el cumplimiento del calendario cívico ha pasado a segundo plano en las actividades cotidianas de los gobernantes; ya no existe la exaltación de la historia patria, los valores y principios que alentaron el nacimiento de esta gran nación, son prácticamente desconocidos por los gobernantes y los partidos políticos.
La integración al modelo norteamericano no solo ha sido económica, existe ya una singular simbiosis cultural del mexicano con lo norteamericano; la modernización del Estado mexicano ha sido obsecuente con los fines del tratado trilateral de libre comercio, somos menos México y mejores socios comerciales.
A nuestro parecer, con este proceso de desnaturalización ideológica, se ha llegado al absurdo de que los accesos al poder solo los tengan unos cuantos gandallas dueños de los partidos políticos, de ahí el hastío y la desesperación, el nihilismo de las nuevas generaciones que desprecian la herencia ideológica política de todo lo mexicano; estamos ante el peor momento del sistema; el grado enorme del desprestigio de gobernantes y partidos nos está llevando a ser una nación de cínicos sin valores cívicos, todo es chabacanería y pragmatismo.
El hibridismo ideológico ha tomado carta de naturalización en el Estado mexicano; y eso es grave, cuando un pueblo se queda sin alma, sin valores, es víctima de sus aflicciones, es pasto fértil de la delincuencia; sin duda hace falta que renazca el espíritu de respeto a nosotros mismos y que se percaten del cómo se levantó este gran país.
Con sombrero o sin sombrero de revolucionario; con trago de tequila o sin él; hoy es tiempo de que pensemos en lo que somos y en lo que nos han heredado; y echemos el grito estentóreo: ¡¡¡…QUE RE VIVA MÉXICO CABRONES…!!!
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