Sucedió hace unos días en Guadalajara, en una de esas plazas bonitas, que tienen cines, tiendas de todo tipo, jardines y fuentes saltarinas; mi esposa, mis hijos y mis nietos asistimos a una función de película infantil; al salir hacia el estacionamiento, en una banca, en puro enfrente del movimiento de la gente que sale de los cinemas, un par de hombres, ya no tan jóvenes en pleno agasajo, abrazados se acariciaban con fruición y se besaban con inusual y sorpresiva intensidad, sobre todo para las familias que salían y que tenían que pasar por tal lugar.
Pareciera como si fuese premeditado el haber ocupado el sitio, exactamente ahí, para que todo mundo los viera; exhibiendo películas infantiles abundaban las familias, los niños con sorpresa veían el espectáculo; una señora no se pudo resistir ante tal provocación y con el vaso del refresco, fue a una fuente cercana, tiró el contenido y cogió agua, misma que les echó a la pareja de homosexuales, para que les bajara la calentura estólida que se cargaban.
La señora en voz baja y con mucho coraje les pidió que se comportaran, que había muchos niños; a lo que los aludidos, se rieron y con esa singular expresión que ponen los gais cuando desfilan exigiendo una sociedad igualitaria, ese rostro congestionado que expresa angustia existencial, descaro y provocación, siguieron exhibiendo un comportamiento que, a la mayoría de los que ahí pasamos, nos pareció una grotesca provocación, una vulgar y de mal gusto bravata gay.
Aún con la sorpresa de lo anterior, caminamos hacia otro lado y mi hija desvió un tanto a los nietos porque ahí cerca, venían caminando dos muchachas, típicas guadalajareñas, toqueteándose, acariciándose con esas ganas de sexo y las miradas lascivas; poco o nada se pudo comentar delante de los pequeños, que todo captan en su entorno; apenas había pasado la denominada marcha “anti gay” que reunió en Guanatos a más de ochenta mil manifestantes que proclamaban un no rotundo al “matrimonio” de gais y lesbianas.
Nosotros no fuimos los únicos sorprendidos, la mayoría de los comentarios que en voz baja se expresaron, eran de condena, con los consabidos calificativos a esas parejas que dieron el grotesco espectáculo; los cuales ya no se pueden reproducir dada la tesis de la suprema corte de justicia de la nación, que las ha calificado de homofóbicas.
Viene a cuento este tema, por que está en la contienda mediática el que clase de sociedad estamos construyendo los mexicanos, cuando la demanda de estos grupos –otrora marginales- han logrado lo indecible hace unos lustros, el reconocimiento total a su alternativa sexual y la conminación legal de que sus uniones ante el registro civil, se llamarán “matrimonios”.
BATALLAS LEGALES, HERENCIAS, DOGMAS
Esta nueva cultura, que lleva implícita los rudimentos de una sociedad igualitaria, tiene aún muchos resabios que superar, siglos de rechazo, marginación y homofobia, no se pueden desaparecer del inconsciente colectivo de un plumazo de la SCJN, sobre todo en un país como el nuestro en dónde la herencia machista solo pudo ser conjurada por la aparición –como fenómeno de comunicación- del cantante Juan Gabriel que con su refinado afeminamiento alborotó el joterío, desmitificó al charro mexicano y les dio un instrumento mediático para afirmarse públicamente.
Pocos han sido los testimonios de la existencia del homosexualismo en el país; en 1906 apareció una novela homofóbica “Los cuarenta y uno” de Eduardo Castrejón, por la cual se quiso hacer una exaltación proletaria y representó la corrupción de la aristocracia aludiendo a lo que él consideraba moralmente más repugnante: la homosexualidad, considerada como una depravación, relacionada con la prostitución y condenada severamente por el estricto moralismo y la homofobia del narrador, que noveló sobre un famoso episodio de la época del porfiriato conocido como el escándalo del «Baile de los cuarenta y uno».
En los cincuentas, sesentas y setentas, salieron varias novelas, desde “El sexo, las locas y los burdeles” y “Labrizio Lupo”, “Padre Prior” “El coronel que mató un palomo” “La estatua de sal” “El norte”, de varios autores homosexuales, nombres como Carlo Coccioli, Mauricio González de la Garza, Emilio Carballido, Jorge Ferretis, Salvador Novo, Carlos Monsiváis; y la paradigmática de Rafael Calva de los sesentas, “Utopía Gay”, ahí han estado, intentando vivir en la normalidad, en el tejido social siempre presentes, en el closet, de manera marginal.
Y luego la novela “El vampiro de la colonia Roma” –de Luis Zapata- que hizo furor en los universitarios, publicada en 1978, de cuyo texto se dijo: “sobre la doble moral de la sociedad mexicana la visibilidad de lo que se esmeraba por ocultar en el rincón del clóset: la práctica cotidiana de la homosexualidad en todas las esferas sociales. Zapata no se conforma con sacarla del armario, la lleva y la pasea a pie, en auto, en autobús o motocicleta por calles, avenidas, parques, restaurantes y cines de la gran ciudad y otras latitudes de la geografía del país.”
La sique del mexicano, tiende a ser reaccionario, poco afecto a perder las seguridades de su religión, que siempre está presente, se dicen liberales pero traen en los genes la mogijatería ancestral, las contradicciones de la iglesia católica.
Muchas batallas se tienen que dar para lograr la aceptación de la clase de vida que quieren tener en esta sociedad los homosexuales y lesbianas; desde luego, los incidentes narrados al inicio de la nota, son grotescos e inmorales a juicio del escriba; porque vale preguntarse, ¿qué clase de código moral y de conducta social van a asumir..? heteros, gais o lesbias, están obligados a un mínimo de respeto a la correcta actitud sobre el sexo que tiene la mayoría de los integrantes de esta sociedad.
El recato no está en sus reclamos, se esfuerzan por impactar –y jorobar- a la gente común con sus excesos y lo están logrando sin duda alguna…
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